martes, 31 de enero de 2012

CARACOLA DE VOCES

Los ecos curativos de Inesita y Juan, segunda parte

Por Hena Carolina Velázquez Vargas*

En la entrega pasada hablamos de los remedios curativos de doña Inés y don Juan, además de la herencia que nos dejaron para enriquecer la medicina tradicional mexicana en bien de la salud popular.

Gracias a su consejo y conocimiento ancestral, de cada una de las enfermedades y el tratamiento que ambos aplicaron amorosamente en sus pacientes se desprenden varias historias, que están contadas en el libro Remedios curativos de los abuelitos, editado por su nieta de Emma Herrera Andrade, promotora de la salud en Chihuahua, al norte de la República Mexicana.

Es el caso de las hemorroides, mejor conocidas en el lenguaje popular como “almorranas”. Varios son los remedios que proponen. Quien lea esta columna puede decidir –si las padece o sabe del amigo, o amiga, del amigo de su primo que las tiene— cuál es la indicada para su aplicación y luego contarnos cómo le fue con alguna de estas recetas.

Una posibilidad es untar saliva en el ano dos ó tres veces al día hasta que se sienta mejor. La primera aplicación se hace al salir el sol con la primera saliva de la siguiente manera: la persona se voltea empinada mostrando el ano hacia el sol y en ese momento se unta la saliva, haciendo frotaciones por dentro y por fuera alrededor del ano. Después debe caminar por un lugar en donde pase mucha gente y gritar “traigo almorranas y ahí se las dejo”. Hay la creencia de que gracias a esto las hemorroides desaparecen.

Otro remedio es freír cuatro flores de toloache –planta de origen americano usada para aliviar dolores y reducir hinchazones por el pueblo mexica-- en una taza de vaselina o manteca de cerdo, hervirlas por tres minutos, colar y guardar la pomada en un recipiente. Luego se aplica dando masaje por dentro y por fuera del ano tres veces al día.

También se puede hacer un cocimiento de manzanilla o albahaca, o únicamente agua tibia, y realizar baños de nalgas todas las noches antes de ir a dormir.

Sin embargo, para que cualquiera de estas recetas realmente pueda tener un efecto curativo hay que seguir al pie de la letra la tradición, según el consejo de doña Inés y don Juan.

Cuentan que el santo de las almorranas es San Cayetano y para que una persona se pueda aliviar de este mal tiene que ofrecer su ano al santo, de alguna forma lo tiene que hacer: elaborando un dibujo, con una figura de cera o un milagro o al menos con una fotografía de esta parte sensible y afectada por la hinchazón.

Así lo hizo una señora que fue a llevarle su ano a San Cayetano porque estaba enferma.

El templo estaba repleto de gente, era el día de San Cayetano y se festejaba su fiesta patronal, la señora intentaba pasar hacia adelante para llegar al altar y nomás no podía, por más que intentaba, nada, se cansó de tanto insistir y perdió las esperanzas. No le quedó otro remedio que pedir ayuda y decirle a la gente: “Ahí de mano en mano pásenle este culo a San Cayetano”.

Doña Inés y don Juan también aplicaron remedios para la tristeza por una pérdida de algo o alguien y para el miedo; quitar las ampollas, hinchazones y chipotes; curar la artritis, anemia y el agotamiento; aliviar las enfermedades del bazo, los corajes (desordenes de la bilis) y el mal aliento.

En su medicina tradicional si las anginas se inflaman o infectan lo mejor son los testículos de perro prieto, aplicándolos por fuera de las amígdalas recién capado el animal, ahí se dejan hasta que se sequen. Cuando hay diabetes se debe tomar todos los días la primera orina al levantarse. En caso de presentarse dolor o infección en los oídos se puede usar rosa de castilla, albahaca, ajo o un periódico retorcido.

Una anécdota contada por doña Inés habla de lo que le sucedió a una persona que se atendió con estos remedios cuando un perro la mordió. Estas son sus palabras.

“Hubo una vez un hombre que vivía en la Purísima, un rancho, lo mordió un perro con rabia y después presentó la horrible enfermedad, su familia lo encerró en un cuarto donde tenían mucho ajo secándose, el hombre se lo comió todo sin dejar ningún ajo, y al rato habló para que lo sacaran de ahí, el hombre se había curado”.

En la siguiente entrega hablaremos de qué hacer si alguien tiene problemas con “la bebida”.

*Integrante del equipo de Cuenteros y Cuentistas. Becaria del FONCA 2012. Periodista, terapeuta Gestalt especializada en trabajo corporal y narradora oral.

miércoles, 25 de enero de 2012

Letras plenas de ilusiones y desesperanzas

El pasado 20 de enero, la asociación civil Cuenteros y Cuentistas iniciamos nuestro trabajo narrativo de este próspero 2012 en el espacio Regaladores de Palabras, con la presentación del número 8 de la revista literaria Los bastardos de la uva.

La convocatoria tuvo eco y el bar del Gran Hotel Ciudad de México, ubicado en el corazón del Centro Histórico del Defe, se abarrotó con la presencia de un público que sumó la presencia de 150 personas.

La revista es de una calidad impecable y muestra el alma adolescente de sus autoras y autores, como bien dijo en la presentación la politóloga y escritora María Fernanda Bustos Venegas. Nos congratulamos de iniciar el año con este gran regalo bien nacido desde las letras y la creatividad de esta nuestra ciudad. E aquí los textos originales de la presentación.

Textos leídos en el bar del Gran Hotel de la Ciudad de México el 20 de enero de 2012

La palabra de María Fernanda Bustos Venegas

Me encontré por primera vez con Los bastardos de la uva cuando festejábamos con unos tragos después de una presentación en la Facultad de Ciencias Políticas. No tardaron mucho en cercarse a mí, uno por uno para lanzarme algún piropo, sacarme a bailar o mostrarme sus mejores credenciales en el campo literario. Desde ese momento lo descubrí: el vino, las mujeres y la vida hecha poesía son su línea, y yo desde ese momento hasta ahora no puedo sino enamorarme cada vez más de todos ellos.

Ahora espero a que salga cada número, con esos textos rechazados por otras revistas pero siempre con una calidad impecable y haciendo de sus textos algo que bien se podría llamar “lecturas para terminar en la cama o llorando en la cantina”, por ejemplo, incluido en este número, escrito por Estephani Granda: “Pero es mi mano quien recorre la comisura de tu nombre hasta tocar la línea que se derrama de unos labios lentos Para extender la forma de tu boca creciendo sobre el papel Y de entre espejos trozados salvar la violencia que se desprende de tu respiración La dorada sombra que es tu piel desnuda Mientras conoces la derrota sobre un cuerpo triste Y bebes de esta lluvia De este alimento que lastima”

¿Por qué leer Los bastardos de la uva?, pues porque es la eterna melancolía, es levantarse aún con la cruda punzante día con día (por que qué mayor soledad que la que se vive en una cruda recurrente). Bien lo dice Adela Fernández, es regresar a la adolescencia aún a los 69 años
“recordando, a través de mi literatura, mis desconcertantes andanzas infladas de ilusiones y desesperanzas.”

Leer su revista es reconocerse en los fantasmas de los cuerpos marchitos y en un viejo amor siempre recurrente, encontrando en las heridas nuevas formas para abrirlas, dejando la piel expuesta y a la intemperie, para “que duela rico”.

Enhorabuena entonces por el número 8 de Los bastardos de la uva, que una vez más logra poner en papel a grandes escritores contemporáneos de alma adolescente en un México en el que necesitamos más letras, pues la realidad nos duele.

La palabra de Luis Miguel Juárez Figueroa

Aplaudo la publicación del número 8 de Los bastardos de la uva: revista de literatura que evita navegar con panfletos, manifiestos y dogmas (tan abundantes en las aulas universitarias y los pasillos de los recintos culturales) sino que se limita a celebrar el buen trago, el arrabal y el trastabille en las cantinas.

En Los bastardos de la uva sólo existe un filtro: la publicación de textos rechazados. Y,coincidencia o no, la mayor parte de los escritos que han atendido a este llamado han versado sobre aquellos personajes que se oponen -ya deliberadamente, ya involuntariamente- a la moral del dinero y la productividad económica: putas, indigentes, locos y borrachos se acompañan a lo largo de sus líneas. Y el número 8 no es la excepción.

Lo primero que uno observa al ojear la revista es que se trata, en realidad, de una antología de literatura contemporánea (y como tal, propensa al error y a dejar fuera a los mejores textos); sin embargo, al leerla, se nota la búsqueda de reconciliar, al mismo tiempo, a autores con obra publicada y jóvenes emergentes.

Refiriéndome al contenido de este número 8, me gustaría hablar, en primer lugar, de las fotografías de Juan Pablo Zamora. Cada una de ellas retrotae a los confines más recónditos del barrio, a las esquinas que albergan al escuadrón de la muerte de personalidades en trance y a los
hoyos donde se refugian los excluidos. Son fotos que reivindican la indigencia que tiene la puerta cerrada a recintos como éste (reinos de las buenas formas, de los pantalones largos y de la estética diáfana). El fotógrafo saluda las manos cochambrosas de esos hombres y aspira el aroma acre de su tiempo suspendido. Pero a su vez disfruta el silencio que no cuestiona. Basta asomarse
a la portada de la revista para percatarse que acaso la verdadera amistad se da justo allí: en ese hombre y esa mujer abrazados en el tocar fondo.

El texto de Adela Fernández es un indicador del contenido de la revista:

“He leído la revista, recorriendo sus inframundos, con sus brillos y sus danzas de sombras, sus goteos dolorosos y los ejercicios del importamadrismo y la incomplacencia contundente [...] Ustedes aluden al despliegue de alas siempre heridas por los roedores moralistas. Vahos de
alcohol y humos que encapsulan los amores hasta extinguirlos. Tantas cosas agónicas vividas, estertores y sobrevivencias, tiempos anhelantes [...] Mucho sé de arrastrarse y hundirse”.

En el presente número se incluyen pulgas (o más bien cienpies) del texto Bajo el volcan de alcolm Lowry. Escenas que describen los pasos sin dirección y objetivo preciso del Cónsul; la incertidumbre que lo lleva a visitar las cantinas y el mezcal: un hombre que sobrelleva el recuerdo y una existencia que no todos comprenden.

Uno encuentra atisbos del Cónsul en la poesía de Gerardo Meneses y la narrativa de Oscar Schaum: escritos que lidian con situaciones límite como el divorcio o la homosexualidad en la adolescencia. También en la poesía de César Rito Gónzalez: un hombre que suplica existencia a
la barra, a los espejos, a los mezcales, a las puertas de esas cantinas campiranas ricas en desgracias. O como en esa paradoja que relata Salvador Vázquez al final de la revista: la historia de un hombre enamorado de una puta que bebe solitario en una cantina bucólica.

Es de celebrar, también, el humor que se desborda en el cuento de Hugo César Moreno y en la poesía de Máximo Cerdio. El primero, con la historia de un hombre que sufre una terrible cruda moral después de unanoche de tragos con dos mujeres entradas en kilos y una jota. El segundo,
describiendo, entre otras cosas, la arrogancia de una banca que arropó el inmenso y hermoso trasero de Jeniffer López. Hay que ponderar, también, la permanencia de secciones como la última y nos vamos y el cuestionario bastardo. En la primera, Alejandro Gamboa habla de las musas literarias que lo han llevado al terreno de la composición musical. Y en el cuestionario bastardo, el poeta Max Rojas anuncia el paso de los cuerpos con la gravedad de su voz y el humo de cigarro. Celebremos pues, la publicación de éste número.


La palabra de R Israel Miranda

I

Caminaba por el tianguis a unas calles de mi casa, ya sabes, lo de siempre, buscando el carrito de la birria que me aliviara la cruda. Al segundo plato noté que el ambiente estaba inundado de una música extraña, extraña para el barrio pues. Música clásica en una colonia cumbiambera. Provenía de unos altavoces infames, hirientes, pero las melodías eran tan dulces que mi cerebro, a pesar de mis vicios, no corría el riesgo de licuarse bajo el sol del medio día.

Al terminar mi ritual reparador me dirigí a dónde el sonido provenía. Ahí estaban un par de compinches, uno más despierto que el otro, uno más sonriente que el otro, uno con menos pelo y
mirada más inteligente que el otro. Ahora que lo pienso, creo que el otro era un perro. Así que saludé al de apariencia vivaz con una caricia en la cabeza y al otro, en éste caso, al primero, con un saludo cordial.

Al poco rato ya estábamos enfrascados en una plática (también) extraña para un tianguis verdulero: libros, música, autores, proyectos. El Uno (de nombre Ricardo Lugo) era, definitivamente, de habla fácil, clara, honesta pues, y gozaba de ese aire de esperanza casi ingenua que te dan los pocos años.

Le di uno de mis libros, el cual después me contó que leía en las salas de emergencia o en las de los pacientes terminales en hospitales de gobierno. Es un éxito decía, mueren de la risa. La idea me parecía, aún me parece, escalofriante.

El otro, por si se lo preguntan, se pasó todo el rato rascándose los wevos. Lo envidio.

De ese tiempo a la fecha han pasado muchos años, muchas cervezas, muchas lecturas, aventuras y proyectos. Destacan festivales de lectura donde, parafraseando al buen Max Rojas, la poesía venció al rock. La inauguración de la sala de lectura dedicada en nombre y espíritu al hermoso escritor del Turno del aullante, y los viernes finales de cada mes, en los que, en compañía de otros necios, ladrábamos versos y canciones entre cigarrillos y cartones de cerveza que siempre eran insuficientes.

Así que, para cuando me habló sobre su intención de armar Los bastardos de la uva no pude decirle que no, sencillamente hubiera sido inútil. A veces pienso que el tal Lugo-Viñas no acepta un no por respuesta, es obstinado, necio, obscena y descaradamente necio, por eso me cae bien. Además, la idea de mezclar letras con alcohol y música es harto seductora, al menos para mí.

II

No nos confundamos, ser borracho no te hace más listo, ni más guapo, ni más divertido, ni más valiente, ni más elocuente, no te hace escritor ni mucho menos, editor. Ser borracho sólo
te hace más borracho. Dicen que los borrachos nunca mienten, eso también es falso, las mejores mentiras que he dicho han sido precisamente bajo el influjo del alcohol. Ya sabes cosas como qué
guapa estás, qué hace una mujer tan sofisticada acá en ésta cantinucha, en fin, yo no fui, yo no lo hice, así olía el taxi. Con la droga pasa distinto, nunca contestes preguntas importantes cuando estés en ese estado, lo lamentarás, te lo aseguro.

No lees o escribes borracho, con unas cuantas copas sí, puede que hasta con un toque (o dos) pero borracho perdido no, simplemente no se puede. Follar sí, es mecánico, ebrio podrías follarte hasta un neumático, pero no leer, menos escribir. Hay mucha mitología referente al asunto del alcohol y la literatura, no me pondré a discutir al respecto sin unos tragos de por medio.

Y aquí están Los bastardos de la uva, en cuya leyenda viene una incitación descarada a la libación, al hedonismo, al trago, a la errancia. Una invitación a diluir las letras en sendos vasos jaiboleros con vodka y rajitas de limón. No se trata de leer borracho, de escribir borracho, se trata de vivir, descarada y displicentemente hasta agotar las botellas, las historias, las mujeres. Transitar por calles y callejones, cantinas, corazones, en busca de un buen trago, de un buen verso. Un borracho, después de todo, es un buen mentiroso, no hay mejor mentiroso que
un escritor.

En éste espíritu están destilados Los bastardos de la uva, que, más que un consejo editorial, son una cuadrilla de la muerte, una caterva delirante de irredentos dipsómanos cuyo gusto por el trago sólo es superado, a veces, por su apego a las letras. Celebremos pues, los pasos, paradójicamente, cada vez más firmes de esta revista y esperemos que, si sus riñones y su hígado se los permiten, dure largo tiempo la errancia y el alcohol.

Cartelera amiga

LA ESQUINA DEL CRONOPIO

QUINTOANIVERSARIO

EL COLECTIVO EN RESISTENCIA CULTURAL La esquina del Cronopio está de fiesta. Por tal motivo presentará el espectáculo Cuentos viperinos, historias para morderse la lengua. El objetivo será dialogar, escuchar música, realizar una exhibición de reptiles vivos para fomentar en el espectador el cuidado de los animales e incitarlos a descubrir el seductor mundo de la narración oral.

La cita es el jueves 16 de febrero a las 18:00 hrs. en el Quintal Cafetería, ubicado en la calle José Vicente Villada no. 47, Metepec, Estado de México; rumbo al Festival Internacional Cuenteros y Cuentistas ‘2012 que se celebrará del 21 al 30 de abril en la ciudad de México con extensión a Toluca y Metepec.

Más informes http://www.facebook.com/pages/La-Esquina-del-Cronopio/221586081260713 Dyanel Barreto González Salceda coordinador del Colectivo La esquina del Cronopio. Tel. 2373 702 Cel. (044) 722 162 4840 o (044) 722 239 8125 La_esquinadelcronopio@yahoo.com.mx

http://www.facebook.com/laesquinadelcronopio

jueves, 19 de enero de 2012

Caracola de voces

Los ecos curativos de Inesita y Juan

Por Hena Carolina Velázquez Vargas*

A sus 98 años, Inesita fue una mujer amable, de temple frágil, dispuesta a darlo todo sin ningún interés.

Amó la vida y, al lado de Juan su esposo, trabajó adquiriendo cada día más experiencia y conocimientos en el arte de curar con plantas y otros métodos relacionados con la salud. Ambos se dedicaron a cultivar la medicina tradicional.

Juan fue un hombre sensible ante la injusticia y protector de la población indígena. Viajaba a la sierra de Durango, en el norte de México, con unos burros cargados de ropa que sus hijas le regalaban cuando iban de visita a su casa. Ahí se quedaba un tiempo, con el pueblo tepehuano y raramuri.

En estas frecuentes visitas aprendió a preparar el tesgüino, una bebida fermentada hecha con maíz germinado, y lo más importante a convivir con las personas.

El 24 de junio de cada año, Día de San Juan, se festejaba en grande. Era la fiesta patronal del pueblo. Se preparaba una tesgüinada y comida para la gente de Alférez, donde vivía Juan, y pueblos cercanos que iban a festejar al curandero.

Para la preparación de la tradicional bebida de maíz se necesitaban varios días.

Primero se ponía a remojar el grano del maíz de un día para el otro, luego se tendía en costales de yute o de tela húmeda, se cubría con hojas de maíz y se regaba diariamente hasta que a cada grano le salía la raíz. Después lo ponía a asolear, lo molían, mezclaba con agua y lo ponía a hervir de seis a ocho horas a fuego lento.

Ya cocido lo dejaban enfriar, se vaciaba en tinaja de barro, le agregaban dulce de piloncillo y se quedaba en reposo cuatro días para que fermentara. Hasta entonces estaba listo para darlo a la gente en la fiesta de San Juan.

Doña Inés y Don Juan fueron la abuela y el abuelo maternos de Emma Herrera Andrade, quien relata esta historia en un breve y modesto libro que lleva por título Remedios curativos de los abuelitos, en la primera página abajo del nombre del texto está una foto donde aparecen juntos.

Están sentados en la puerta de su casa en Alférez. Ella con trenzas largas, blusa blanca y sueter obscuro. Él con camisa a cuadros, chamarra y sombrero de lado. Con sonrisa amable y mirada dulce, ambos ven a la cámara.

Emma, su nieta y hoy promotora de la salud en la Sierra de Chihuahua, narra las virtudes curativas de su abuela y abuelo. Lo que más desarrollaron, con mucho éxito, fue el tratamiento de huesos.

En una ocasión una señora de 60 años que vivía en Alférez se cayó y se fracturó la cabeza del fémur y la cadera. Don Juan y doña Inés fueron a verla y empezaron a tratarla. La inmovilizaron, le pusieron fomentos de plantas medicinales por unos días, hasta que la inflamación cedió. En seguida le aplicaron una vilma de un cactus (gardenche) que duró con ella el tiempo que necesitó para sanar y empezar a caminar.

Para concluir la presentación de su abuela y su abuelo, en la introducción del libro Emma habla de su sabiduría ancestral, palabras de las que emana el orgullo de llevar el eco de sus voces en la sangre.

“Estos dos lindos viejitos crearon un chorral de familia, hasta para regalar: 11 hijos, 71 nietos, 139 bisnietos, 44 tataranietos, aquí no se está contando a los pegados o sea yernos, nueras y demás o sea los y las esposas de los nietos, bisnietos y tataranietos. Con todo y todo ya no se sabe la cuenta pero sí se sabe que somos un chorro, que les debemos la vida, porque si ellos no estuvieran y no hubieran hecho tal travesura no existiría ese chinchorro”.

En la próxima entrega de esta columna hablaremos de las enfermedades y su tratamiento con plantas medicinales, de cada una de ellas se desprende una historia.

*Integrante del equipo de Cuenteros y Cuentistas. Becaria del FONCA 2012. Periodista, terapeuta Gestalt especializada en trabajo corporal y narradora oral.

lunes, 16 de enero de 2012


Los bastardos
de la uva

Letras de la errancia para trastabillar en las cantinas
Presentación de la revista No. VIII

Jueves 19 de enero, 21:00 hrs.

Gran Hotel Ciudad de México
Centro Histórico 16 de septiembre No. 82
Entrada libre
*
Cuenteros y Cuentistas AC, invita