Los hermanos Grimm: dos siglos de actualidad
Ricardo Guzmán Wolffer
a Jerónimo y Moisés
De los cuentos que han
marcado a Occidente desde hace un siglo, muchos fueron escritos por los
hermanos Grimm (Jacob y Whilhelm). Resulta curioso establecer cómo la difusión
de estos textos ha terminado por asimilarlos en todo Estados Unidos, cuando en
su momento fueron hechos, entre otros fines, para buscar una identidad nacional
en Alemania. Napoleón invadía Europa y los alemanes buscaban diferenciarse de
los invasores. Los autores recopilaron entre la gente de edad, rural o de la
burguesía, y con su propia familia, pero escribieron con su propio estilo e
intención. Querían recuperar esa “riqueza nacional” surgida de la “imaginación
poética del pueblo”, según Herman Grimm en el prólogo de la edición española.
Los textos terminaron por hacerse
universales. Desde la primera edición, la intención de los escritores fue
hacerlos “infantiles”, que en parte se logró por las adaptaciones en donde se
han ido suavizando los argumentos originales, como sucede, por ejemplo, con
“Caperucita Roja”, pues en la versión más popular el lobo no se come a la niña,
ni le rellenan con piedras el estómago, y hasta puede que ni se muera. Esa
gradual reducción de la crudeza se dio desde las primeras publicaciones de los
Grimm. El título original era Cuentos para la infancia y el
hogar publicado en dos volúmenes (1812 y 1815), ampliados en 1857, a los que se
conoce más comoCuentos de hadas de los hermanos Grimm.
De la función a la acción
Entre los estudios de tales cuentos
destaca Morfología del cuento (1928) de Vladimir
Propp, donde menciona la existencia de treinta y un funciones o constantes, de
las cuales no todas deben aparecer en los cuentos maravillosos. Desde la
primera, cuando el héroe se aleja de la familia, hasta la última, donde el
héroe se reivindica tras castigar al falso héroe y con ello puede matrimoniarse
y ascender al trono. A esas treinta y un acciones corresponden treinta y un
funciones: alejamiento, prohibición, transgresión, interrogatorio, información,
engaño, complicidad, fechoría, carencia, mediación o momento de transición,
principio de la acción contraria, partida, primera función del donante,
reacción del héroe, recepción del objeto mágico, desplazamiento en el espacio
entre dos reinos, viaje con un guía, combate, marca, reparación, regreso,
persecución, socorro, llegada de incógnito, pretensiones mentirosas, tarea
difícil, tarea cumplida, reconocimiento, descubrimiento, transfiguración,
castigo, boda. Y así como hay ciertas acciones necesarias en todo cuento
fantástico, que corresponden a una función específica, también hay esferas de
acción para cada personaje: el malo (hace el mal, lucha con el bueno,
etcétera); los personajes secundarios (ayudan al héroe a conseguir el objeto
deseado); los auxiliares, de la princesa, del héroe (la búsqueda y el
casamiento, entre otros), en contraposición al falso héroe (y sus pretensiones
de embustero). Además, los cuentos fantásticos hablan de una carencia con pasos
intermedios para llegar a la recompensa. Es una estructura común de los cuentos
maravillosos.
Sin embargo, el análisis doctrinario,
como los cuentos de los Grimm fueran sólo un producto de la cultura germana,
casi como una campaña propagandística, deja a un lado el disfrute del lector:
los niños leen esos cuentos porque se divierten. Desde la primera edición, “los
niños se habían adueñado de los libros y los leían con sus propios ojos”
(Herman dixit): entonces se leía a
los niños. Son los padres los que se escandalizan ante la rudeza de los
detalles. Cierto que podrían identificarse símbolos e intenciones didácticas,
moralizantes, en muchos de sus cuentos: de “Caperucita Roja” se obtiene la
lección de la obediencia: el lobo se la come por no obedecer la indicación
paterna de no dejar el camino (el buen camino, se entiende). Igual Blanca
Nieves: si hubiera seguido la orden de no abrir la casa de los enanos, la
bruja-reina jamás habría podido envenenarla y luego matarla. Se les identifica
como textos para público infantil, ante la posibilidad de usarlos para educar a
los niños a mantener el orden social. Sin duda es útil enseñarles las bondades
de la convivencia y lo reprochable de matar, golpear o hacer sufrir a personas
y a animales. Pero se pierde de vista que uno de los atractivos de la
literatura es, precisamente, la posibilidad de causar el peor de los dolores o
cometer las atrocidades o burlas máximas y continuar con la vida cotidiana,
pues todo ese dolor sólo ha sucedido en la imaginación de los lectores. Los
chicos se divierten incluso repudiando los aspectos más sencillos de la higiene
personal: en el original de “Blancanieves”, la madrastra la envenena al
peinarla con un peine emponzoñado, antes de lograr matarla con la manzana
infectada, ante lo cual, las niñas que no gustan de acicalarse como ordenan las
madres impositivas, o que prefieren el juego a la higiene, seguro continuarán
leyendo. Habrá algunos, como la historia de “Hansel y Gretel”, donde podríamos
percibir una variante para preservar el orden familiar: la relación de la
madrastra y los hijos de la pareja: es la madrastra quien urde el plan para
abandonar a los niños en medio bosque, con el argumento de que es mejor que
mueran ellos dos y no los cuatro. Algunos tratadistas refieren que en el texto
original era la madre quien los abandonaba, pero que la censura prefirió hacer
de la madrastra la malvada, para respetar la figura materna como fuente de
bondad. Y eso que en otros cuentos la madre es terrible. Convenientemente,
cuando los niños vuelven con el padre arrepentido, la madrastra ha muerto, y
entonces sí viven felices para siempre. No es el único caso en que los hijos
pagan los pecados de los padres: Rapunzel está en el castillo porque su madre
obligaba a su marido a cortar verduras del jardín de la bruja: cuando ésta lo
sorprende, le obliga a entregarle a la hija que tendrán y una vez en manos de
la bruja, Rapunzel no vuelve a ver a sus padres. La gula de la madre
desencadena la tragedia de la hija; con todo y final feliz, son años de soledad
y aislamiento.
Se supone que el héroe se transforma en
el cuento, pero hay historias, como “El destripaterrones”, donde el personaje
central se dedica a embaucar y matar a todo el pueblo. Aunque es el único vivo
y es rico, eso sí, tendrá dinero mal habido: no logra una reivindicación moral.
Podría culparse a las películas de Walt
Disney de rebajar el nivel de muchos cuentos de los Grimm, pero no son los
únicos censores. Además, ¿de verdad los niños prefieren la seguridad de los
textos sencillos? Es discutible, si se conviene en que puede ser más divertido
que la reina mala de “Blanca Nieves” muera al ser obligada a bailar sobre las
brazas ardientes, luego de que Blanca Nieves escupiera la manzana envenenada
que milagrosamente ha conservado en la garganta, y que arroja cuando el
príncipe se lleva el ataúd de cristal para contemplar a esa muerta hermosa en
su castillo y por error el féretro cae contra el suelo. Si se parte de la base
de que el príncipe cree muerta a la envenenada, resulta bastante discutible
suponer que esté enamorado del cadáver. No se desprenden intenciones más
aviesas, pero resulta destacable ese medieval gusto por la muerte en su
contemplación. Es curioso, como el otro cuento donde aparece otra Blancanieve
(“Blancanieve y Rojaflor”) casi no es difundido: dos hermanas, distintas pero
compenetradas (juegan, duermen, hacen todo juntas: la madre les inculca –o
sentencia– que lo que es de una es de la otra), viven con su madre. Un día de
invierno llega un oso y se gana su confianza. Al llegar el verano, el oso se va
para esconder sus tesoros de los enanos ladrones. Las hermanas se topan con uno
en varias ocasiones, quien las insulta a pesar de recibir su ayuda. Finalmente,
el enano se encuentra con el oso, éste lo mata y se convierte en un príncipe,
quien se casa con una y su hermano con la otra. Las hermanas casadas viven
felices y por mucho tiempo con la madre. Pareciera ser una historia didáctica
sobre la bondad y cómo debe ser premiada, pero resulta menos divertida que
otras, no hay más muertes humanas.
Los cuentos de los hermanos Grimm,
además, contienen elementos que pueden ser asimilados a mitologías diversas: el
lobo de “Caperucita Roja” resulta una suerte de demonio caníbal. No puede ser
un simple animal: le cortan el estómago, le sacan a Caperucita viva y capaz de
juzgar qué se siente estar en una oscuridad, lo rellenan de piedras y,
mientras, el lobo sigue dormido, sin darse cuenta de la carnicería que ha
sufrido. Ningún animal podría tolerar eso, debe ser un ente mágico: un diablo.
También, en “La Cenicienta”, hay elementos macabros, pues en el texto de los
Grimm no hay hada madrina (ese es de Perrault): Cenicienta va a pedir a la
tumba de su madre un vestido y zapatos para ir al baile del príncipe. Como si
la madre fuera un fantasma encarnado, las aves le colocan las ropas a la
doncella. Ese fantasma actúa sobre las hermanastras: al probarse el zapato
olvidado, por consejo de la propia madre, una se corta un dedo y la otra parte
del talón, para que les pueda quedar el zapato de Cenicienta: cuando pasan con
el príncipe frente a la tumba de la madre, los pájaros le advierten al novio de
la sangre en el zapato y éste percibe el engaño. Cuando al final se casa
Cenicienta, las aves les sacan los ojos a las hermanastras para castigarlas por
su maldad. Sin duda es una fantasía que la madre no abandone nunca a los hijos,
pero que llegue a esos extremos de dejar ciegas a las malas hermanastras, va
más allá. En este texto, las madres son despiadadas y, de nuevo, son como seres
maléficos, más asimilables a demonios, por la crueldad ya con las propias
hijas, ya con las demás; y más reprochable al dejar ciegas a las hermanastras,
pues Cenicienta se había casado ya, y el castigo sólo se explica como un
regodeo de ese fantasma encarnado en los pajarracos vengadores. En el cuento
del enano Rumpelstiltskin estamos ante un ser mágico que pierde sus poderes
cuando la reina, quien había prometido darle su primer hijo por la ayuda que le
permitió casarse con el rey al engañarlo, le adivina el nombre. El enano patea
el piso, se parte en dos y muere. Una larga tradición sajona y mística atribuye
poderes al hecho de saber el nombre del demonio que enfrentaban los exorcistas:
al poseer el nombre del diablo, se tiene control sobre el ser, cuya principal
fuerza es estar oculto, de nombre, a los demás. Algo similar pasa en “El diablo
y su abuela”, donde un dragón (clásico escondite del demonio) ofrece ayudar a
tres soldados a cambio de que lo sirvan por siete años.
Lo divertido es educativo (y viceversa)
Suele decirse de estos cuentos que son
de final feliz, como si los lectores necesariamente se identificaran con el
personaje central. O que muestran la valentía al enfrentar los peligros de la
historia, siempre salvables gracias a la entrega del personaje central, lo cual
no necesariamente es cierto: en muchos textos apenas se percibe la voluntad de
actuar a pesar del miedo. Es más un desenvolverse por inconsciencia que por
valor. De ahí que muchos críticos de esta expresión literaria le resten valor
al establecer que se forjan falsas esperanzas en los lectores, en cuanto a que
siempre saldrán victoriosos, lo que ciertamente no corresponde a la vida real,
donde lo único constante es la inconstancia en obtener los resultados por los
que trabajamos o estudiamos. Mas que educar a los niños, los textos originales
buscaban divertirlos. Una vez más son los padres los que encuentran virtudes no
originales en tales textos. Cierto que los cuentos pueden ser formativos y que
la mejor manera de educar es mediante la lectura lúdica, pero no se percibe esa
intención en todos los textos de los Grimm: algunos concluyen con una máxima,
pero no todos.
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Ilustraciones de Gabriela Podestá
FUENTE: http://www.jornada.unam.mx/2012/07/22/sem-ricardo.html
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