LA ESPERA
A las diez de la mañana de este viernes 13 de
septiembre se confirmó el ultimátum del gobierno de Enrique Peña Nieto contra
el campamento magisterial establecido desde el 19 de agosto, en protesta a la
Reforma Educativa que en esencia atenta contra los derechos laborales de las
maestras y profes del país. Sin embargo, desde anoche se rumoraba que iba a
entrar el ejército.
El primer llamado del gobierno priista a dejar
el Zócalo fue a las diez de la mañana; el segundo, a las dos de la tarde… En
este tiempo, las maestras y profesores se movilizaron para sacar de la plancha
lo más importante del campamento: parrillas, tanques de gas, alimentos,
botiquines, casas de campaña, cobijas, ropa… Hombres y mujeres cargando
entraban y salían por las calles y avenidas de Brasil, 20 de Noviembre, Pino
Suárez, 5 de febrero, 5 de Mayo, Madero… La tensión aumentaba porque antes de
las diez de la mañana, los granaderos comenzaban a apostarse en las calles
aledañas a la Plaza de la Constitución.
El caminante cotidiano del Centro, esa
presencia era nueva y expectante. Así que sin el mayor empaño sacaban sus
celulares para registrar en foto o en video los movimientos de los uniformados.
Los trabajadores de la mayoría de los negocios comenzaba a inquietarse y como a
esa hora bajaban las cortinas de metal para resguardar sus establecimientos. Cuántos
de estos subieron esas imágenes a su página facebook, tuiter y otras páginas de
las redes sociales.
A manera de barricadas, los maestros colocaron
en la entrada de Moneda los baños portátiles
para “retrasar” el ingreso de “los perros” al Zócalo. En ese punto se apostaba
la sección de la CNTE proveniente de la Costa Oaxaqueña, sección 22. Al menos unas quince maestras y unos treinta
profesores aguardaban las cuatro de la tarde: hora en que el ultimátum vencía.
Mientras
aumentaba la expectación: gritaban consignas, comían tlayudas y queso para espantar la
amargura en la boca, pedían un cuento o una canción para el nervio, se
abrazaban, alentaban a sus compañeros que la mayoría portaba palos de banderas
y del campamento. La adrenalina fluía al mil por hora.
Se escuchaban rechiflas, consignas, canciones;
del lado de los granaderos apostados en Moneda: silencio absoluto. Mientras
tanto, en el cielo el ruido de los helicópteros recordaba las primeras horas de
la mañana cuando sobrevolaron varias veces casi al ras de la plancha,
levantando lonas y volando objetos… “Es bien feo ese ruido”.
Las cuatro de la tarde: fin del ultimátum. // Florina Piña
No hay comentarios:
Publicar un comentario