LA ESPERA
A las diez de la mañana de este viernes 13 de
septiembre se confirmó el ultimátum del gobierno de Enrique Peña Nieto contra
el campamento magisterial establecido desde el 19 de agosto, en protesta a la
Reforma Educativa que en esencia atenta contra los derechos laborales de las
maestras y profes del país. Sin embargo, desde anoche se rumoraba que iba a
entrar el ejército.
“¿El ejército?” “Sí, van a entran los militares
a sacarnos”. Desde las últimas semanas
el ambiente se tensaba por los rumores. El mayor temor: que se repitiera la
masacre contra los estudiantes en 1968. Evidentemente,
desde ayer jueves volvieron a su lugar de origen muchos elementos del magisterio
provenientes de Oaxaca, Michoacán, Veracruz, Durango, Chihuahua, Chiapas, entre
otros estados entre los 22 que se sumaron a la demanda de la CNTE… Pero una
representación importante de esos estados se quedó a resistir y resistieron
hasta el último momento.
El primer llamado del gobierno priista a dejar
el Zócalo fue a las diez de la mañana; el segundo, a las dos de la tarde… En
este tiempo, las maestras y profesores se movilizaron para sacar de la plancha
lo más importante del campamento: parrillas, tanques de gas, alimentos,
botiquines, casas de campaña, cobijas, ropa… Hombres y mujeres cargando
entraban y salían por las calles y avenidas de Brasil, 20 de Noviembre, Pino
Suárez, 5 de febrero, 5 de Mayo, Madero… La tensión aumentaba porque antes de
las diez de la mañana, los granaderos comenzaban a apostarse en las calles
aledañas a la Plaza de la Constitución.
A la una de la tarde, la calle de Tacuba se
veía cubierta de los elementos preparados para el choque, la corretiza y los
catorrazos. Los transeúntes expectantes buscaban ingresar al metro Allende,
pero a pesar de prestar servicio estaba cerrado. No se entraba ni salía; a
menos que lo exigiera alguno de los usuarios que exigía salir a la calle y
otros a ingresar.
El caminante cotidiano del Centro, esa
presencia era nueva y expectante. Así que sin el mayor empaño sacaban sus
celulares para registrar en foto o en video los movimientos de los uniformados.
Los trabajadores de la mayoría de los negocios comenzaba a inquietarse y como a
esa hora bajaban las cortinas de metal para resguardar sus establecimientos. Cuántos
de estos subieron esas imágenes a su página facebook, tuiter y otras páginas de
las redes sociales.
Mientras tanto en el Zócalo, prácticamente eran
nulas las casas de campaña. Sólo quedaban muchas de las lonas que sirvieron a
los maestros en resistencia para atajarse las constantes lluvias en este
periodo de tormentas tropicales. Calles como Monte de Piedad y Guatemala
imperaba el desorden que deja el
abandono abrupto, la basura y la desolación.
A manera de barricadas, los maestros colocaron
en la entrada de Moneda los baños portátiles
para “retrasar” el ingreso de “los perros” al Zócalo. En ese punto se apostaba
la sección de la CNTE proveniente de la Costa Oaxaqueña, sección 22. Al menos unas quince maestras y unos treinta
profesores aguardaban las cuatro de la tarde: hora en que el ultimátum vencía.
Mientras
aumentaba la expectación: gritaban consignas, comían tlayudas y queso para espantar la
amargura en la boca, pedían un cuento o una canción para el nervio, se
abrazaban, alentaban a sus compañeros que la mayoría portaba palos de banderas
y del campamento. La adrenalina fluía al mil por hora.
Hasta ahí llegaron algunos reporteros y lo que
parecían trabajadores de alguna institución con oficinas aledañas al Zócalo por
lo trajeados y “bien vestidos” que sacaban sus celulares para tomar fotos. Había
humo y fuego en algunos restos de campañas.
Se escuchaban rechiflas, consignas, canciones;
del lado de los granaderos apostados en Moneda: silencio absoluto. Mientras
tanto, en el cielo el ruido de los helicópteros recordaba las primeras horas de
la mañana cuando sobrevolaron varias veces casi al ras de la plancha,
levantando lonas y volando objetos… “Es bien feo ese ruido”.
Las cuatro de la tarde: fin del ultimátum. // Florina Piña
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